En un rincón remoto de la geografía castellana, donde las encinas no conocen de algoritmos ni de likes, brota una canción que parece nacida de un manuscrito apócrifo, firmado por un trovador postmoderno. Su nombre es Dulzaro, y su arte es un espejo que multiplica los rostros de Castilla, los atraviesa con sintetizadores y los reescribe con la luz prismática del orgullo queer. A su lado, Mondra, músico gallego que canta desde la raíz, desde la lengua que persiste.
Juntos han parido Un labradorito, una pieza audiovisual que no solo es un videoclip sino un acto de resistencia estética. Un manifiesto sonoro que mezcla el techno con el ritmo charro de Salamanca —esa jota campestre que hasta ahora no conocía los beats del club— para contar la historia de dos chicos que se enamoran en una noche de foliada. La escena ocurre en Hoyales de Roa, Burgos, pero podría ser en cualquier aldea que ha aprendido a esconder el deseo tras una pared de adobe.
La directora Alicia del Viso arma un mundo paralelo donde los cuerpos bailan en un bar rural como si fueran centauros de neón en una fiesta mitológica. Hay brillo, hay humor, y hay celebración. Pero también hay algo más antiguo: una reivindicación que dice que los afectos no deben pedir permiso, ni siquiera entre las sombras de los campos y los pueblos donde el amor se ha visto durante siglos como un asunto privado, lejano al bullicio urbano.
Este es el mundo de Dulzaro, un artista emergente cuya música no solo despierta el oído, sino también la conciencia. Tras el éxito de su primer álbum Ícaro, que ha sido una revolución de folk electrónico, Dulzaro lanza Un labradorito, una colaboración con Mondra que lleva la cultura rural y el techno a un terreno inexplorado. Y lo hace con orgullo, celebrando la libertad de amar sin fronteras ni prejuicios, abrazando las diferencias con la misma pasión que su música abraza el folclore y la electrónica.
Con una letra que, en uno de sus versos, se pregunta por la diferencia entre lo gallego y lo castellano, Dulzaro se presenta como el portavoz de una generación que no solo lucha por visibilizarse, sino que lo hace desde el escenario del contraste y la mestiza de culturas: "Como tú eres tan gallego y yo soy tan castellano, todo el mundo se sorprende cada vez que nos cantamos".
Un labradorito no es solo una canción; es una declaración de principios, una imagen del futuro de la música independiente. Y lo que es aún más interesante, se inserta en una tradición que, si bien parece ajena a las luchas actuales por la visibilidad LGBTQ+, se reinventa desde las raíces más profundas.
El videoclip, con su estética rural queer, su brillantez onírica, es también un lugar de encuentro donde los géneros, los cuerpos y los sentimientos se mezclan. Esta historia de amor entre chicos no solo se desarrolla en el campo, sino también en el terreno más fértil de la música electrónica.
Dulzaro sigue su camino con su gira Ícaro 2025, que lo lleva por toda España con más de 40 conciertos cerrados. Un recorrido que no solo es un homenaje a la música de su tierra, sino una invitación a pensar en un mundo donde el amor no tenga fronteras, ni geográficas ni emocionales.
Si quieres escuchar más sobre este artista emergente y su música, no olvides sintonizar lamusicadelgarage.org, donde no solo podrás encontrar a Dulzaro, sino a otros talentos emergentes que están transformando la música independiente en una fiesta de sonidos y reivindicaciones.