En un universo donde la repetición es el único dogma, Standly regresa con Hasta que salga el sol, un disco que se suma a la gran maquinaria de hits urbanos del momento. Su videoclip promocional, al igual que muchos otros de su estirpe, sigue una estética que no sorprende, pero sí reafirma un patrón: el brillo del oro, los autos de lujo, el dinero en mano y la exaltación de una vida peligrosa, todo envuelto en un slow motion que pretende dotar de épica a lo que, en esencia, es pura fórmula.
La dirección visual se apoya en planos cenitales y ángulos desde abajo para magnificar figuras que, paradójicamente, carecen de un verdadero carácter propio. Los motociclistas no rugen por la calle; más bien, posan estáticos como parte de un decorado publicitario, una suerte de utilería aspiracional dentro de la mansión. La presencia de armas y el humo insinuante refuerzan la ya trillada fantasía de la vida al filo, esa que YouTube no solo permite, sino que amplifica sin reparos.
Pero lo más irónico no es la ostentación vacía, sino el título mismo del disco: Hasta que salga el sol. Décadas atrás, en los años 80, esa misma frase fue un estandarte de esperanza, un himno para quienes creían que tras la oscuridad de la dictadura argentina aún había luz. Hoy, lejos de esa connotación, la expresión es reciclada para vender un hedonismo efímero, una postal de excesos diseñada para el algoritmo.
Porque en definitiva, mañana habrá otro videoclip con la misma fórmula, y pasado, otro más. La música urbana no muere, pero sí se recicla con velocidad vertiginosa. Lo que permanece es el mensaje: el mismo, repetido hasta el cansancio, como un eco sin historia.