Represión de Los Violadores, el grito que desnudó a la dictadura y sigue ardiendo en la memoria
Por Ezequiel Ponce
Publicado en 24/03/2025 00:00
Historias De Grandes Canciones

Hay canciones que son como un espejo de su época, reflejan con exactitud quirúrgica el miedo, la bronca y el pulso de un tiempo que se resiste a ser olvidado. Pero hay otras, las menos, que no solo reflejan, sino que trascienden su tiempo y se convierten en una advertencia eterna, un grito que resuena más allá de las modas, los gobiernos o las generaciones. Represión, de Los Violadores, es una de esas canciones. Un himno punk que nació de la sangre, el sudor y el miedo de una época donde gritar la verdad podía costarte la vida.

 

Los Violadores no eran héroes. Tampoco mártires. Eran apenas un puñado de pibes con guitarras sucias y la urgencia de decir lo que otros callaban. Enrique Chalar, conocido para siempre como Pil Trafa, lo dijo alguna vez sin vueltas: Represión es la canción que mejor refleja lo que sentíamos en ese momento. Y ese momento era un infierno.

 

Corría 1982 y la Argentina todavía se debatía en las últimas brasas de la dictadura militar más sangrienta de su historia. Las calles eran un territorio hostil donde cualquier joven de pelo largo, campera de cuero o actitud desafiante era considerado enemigo público. Portación de cara, le decían. Portación de sueños también, porque soñar con otro país podía convertirte en desaparecido.

 

Los Violadores venían pateando ese under desde fines de los setenta, cuando el punk era apenas un murmullo en Buenos Aires y la represión un rugido constante. En cada show se jugaban la libertad, a veces la vida. Los recitales eran interrumpidos por la policía, las razzias se llevaban a medio público y los golpes caían como lluvia. Tocaban donde podían, en boliches de mala muerte, en galpones prestados, en sótanos que olían a encierro y a miedo. Pero ahí estaban, tercos, sucios, rabiosos, como el punk manda.

 

La historia de Represión nace de una vivencia, no de una metáfora. Pil Trafa y los suyos no escribieron esa canción desde la comodidad de un estudio, sino desde la urgencia de la calle. En una de esas tantas noches de huida, después de que la policía cayera a reventar un recital, Pil se sentó y escribió ese estribillo simple y demoledor: La represión, la represión, no hay libertad de expresión.

 

No hacía falta más. No había sutileza ni poesía porque el dolor no la necesita. Era una declaración de guerra, un señalamiento directo a los verdugos de uniforme, a los milicos, a los jueces cómplices y a todo un sistema que se sostenía en el miedo.

 

La grabaron en 1982, en los estudios Buenos Aires Records, en condiciones casi precarias, pero con una convicción inquebrantable. El mismo día, por esas ironías del destino, que el Papa Juan Pablo II visitaba la Argentina y la Guerra de Malvinas quemaba sus últimos cartuchos. La canción sonaba más a rock pesado que a punk acelerado, con un aire a The Who en su etapa más cruda. Pero la esencia estaba ahí: la furia, el desencanto, el desprecio por la autoridad.

 

El productor fue Michel Peyronel, de Riff, otro prócer del rock sucio y directo. El disco se llamó simplemente Los Violadores y se transformó, sin buscarlo, en el primer gran manifiesto punk del continente. Canciones como Sucio Poder, Guerra Total y la versión ácida de El Extraño del Pelo Largo completaban un álbum que fue dinamita pura en una escena todavía acostumbrada a las metáforas y los eufemismos.

 

Pero Represión era otra cosa. No solo por su letra, sino por su contexto. En la Argentina de esos días, la represión no era un concepto abstracto ni una consigna de izquierda. Era una maquinaria aceitada que secuestraba, torturaba y desaparecía personas. Se hablaba de treinta mil desaparecidos, pero la cifra era apenas un número en la inmensidad del horror. El Proceso de Reorganización Nacional, como lo llamaron cínicamente los militares, fue un plan sistemático para borrar del mapa a cualquiera que pensara distinto. Militantes políticos, estudiantes, sindicalistas, artistas, curas, obreros, amas de casa. Nadie estaba a salvo. Los grupos de tareas operaban de noche, secuestraban en la calle, en la puerta de tu casa, en los colegios, en las fábricas. Los llevaban a centros clandestinos donde la tortura era la norma y la muerte, una liberación.

 

La policía era parte esencial de ese engranaje. Paraban pibes por leer un libro, por tener una remera de una banda, por caminar por la vereda equivocada. Las comisarías se llenaban de jóvenes golpeados, violados, humillados. Las razzias eran diarias, los boliches terminaban en redadas y las noches olían a miedo.

 

 

Represión no nació en el vacío. Nació de todo eso. Por eso se convirtió en un himno, porque cada pibe que la escuchaba sabía de qué hablaban. No era una canción más, era un espejo. Y ese espejo devolvía una imagen brutal.

 

El disco, grabado en el 82, recién pudo ver la luz en noviembre de 1983, cuando la dictadura ya se caía a pedazos y la democracia se asomaba tímidamente. Pero la represión no se fue con los milicos. Cambió de formas, se volvió más sutil, más institucional, pero siguió ahí.

 

 

Los Violadores lo sabían. Por eso nunca dejaron de tocarla. Por eso Pil Trafa decía que esa era la canción que los definía. No querían ser héroes, pero sabían que estaban haciendo algo que muchos no se animaban: ponerle nombre al miedo.

 

Después del disco, la banda cambió de formación. Hari-B, el guitarrista, se fue. Stuka pasó a la guitarra y entró Robert "Polaco" Zelazek al bajo. Pero Represión siguió ahí, en cada recital, en cada marcha, en cada jornada de memoria.

 

 

Con los años, la canción se volvió bandera en las marchas del 24 de marzo, cuando la memoria se hace cuerpo en las calles y el grito de Nunca Más retumba con fuerza. Porque la represión, como bien lo dijo Pil, no se fue. Sigue en el gatillo fácil, en la persecución a la protesta social, en los pibes pobres que mueren en manos de la policía.

 

Represión es, quizás, la gran canción de la historia punk argentina. No por su virtuosismo musical, sino por su verdad brutal. Es una postal sonora de un país que decidió mirar de frente su propio horror. Es un recordatorio de que la libertad se defiende, aunque cueste.

 

 

Hoy, a más de cuarenta años de su nacimiento, la canción sigue viva. Suena en las radios, en los recitales, en las marchas. La cantan los que saben lo que significa y los que apenas intuyen su peso. Porque Represión ya no es solo de Los Violadores, es de todos.

 

En la historia del rock argentino hay muchas canciones que marcaron época. Pero pocas, muy pocas, pueden decir que siguen latiendo con la misma fuerza con la que fueron escritas. Represión es una de ellas. Un grito eterno que nos recuerda que la memoria también se canta. Y que mientras la cantemos, la represión no pasará desapercibida.

 

Esta es, sin duda, una de esas GRANDES HISTORIAS DE GRANDES CANCIONES.

 

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