En las grietas del tiempo, donde las avenidas de Buenos Aires se curvan como páginas de un libro infinito, surge un rumor que no es mero sonido, sino un portal. El nueve de octubre, esa fecha que pende como una gota de mercurio en el calendario, Charly García y Sting liberarán "In the City", una versión renovada de aquel "In the City That Never Sleep" que brotó del alma de Kill Gil, el disco que Charly forjó en los albores de su exilio interior. No es solo una canción; es un puente tendido sobre el abismo de los océanos, un taxi Siam Di Tella que devora kilómetros de asfalto cargado de memorias, amarillo y negro como las rayas de un tigre urbano.
Imaginad la escena, lectores de estas páginas que huelen a vinilo y a humo de cigarrillos olvidados: Charly, el alquimista del rock argentino, se desliza en el asiento trasero de ese relicto automotor, las ruedas mordiendo el empedrado del centro como si masticaran los secretos de la dictadura y las noches de gloria en el Teatro Opera. Cámaras lo acechan, no como depredadores, sino como testigos de un ritual. Sacude la lengua en un gesto de desafío eterno, sube a su silla de ruedas con la gracia de un emperador destronado que aún comanda legiones invisibles. Y allí, cruzando la urbe en paralelo, Sting, el poeta de las cuerdas policíacas, en otro vehículo que parece un sueño prestado, sus ojos buscando el encuentro en las intersecciones del destino. Dominic Miller, el guitarrista argentino que teje hilos entre continentes, flota en el video como un ángel guardián, su presencia un nudo gordiano que une el tango del Río de la Plata con los acantilados de Northumberland.
Esta unión no nació de un capricho estelar, sino de un cruce fortuito en febrero, cuando Sting descendió al Movistar Arena como un Orfeo moderno, y en el camarín, lejos de los flashes, compartieron mesa y confidencias. Una foto los inmortalizó: Charly con su mirada de laberinto, Sting con su emoji de corazón como firma en un tratado de paz sonora. De allí germinó la semilla, regada por rumores que se esparcieron como niebla del Riachuelo: ¿filmaba Charly en el centro? ¿Sting oculto en las sombras? El treinta de agosto, los celulares capturaron el taxi antiguo, y el mundo contuvo el aliento, sabiendo que el rock, ese demiurgo pagano, no tolera vacíos.
"In the City" no será solo digital; un vinilo simple la albergará, doble faz como Jano, girando en platillos que evocan los salones de baile donde el tango se fundió con la guitarra eléctrica. Es un artefacto que late con el pulso de Buenos Aires, esa metrópolis que nunca duerme porque sueña demasiado: avenidas que se bifurcan en infinitos, donde cada acorde es una elección entre el olvido y la redención. Charly, que demolió hoteles y hoteles de ilusiones, y Sting, que cazó demonios en selvas sonoras, ahora conspiran para despertar a la ciudad, para que sus notas resuenen en los balcones de San Telmo y en los muelles de La Boca, recordándonos que la música es el único mapa verdadero en el dédalo de la existencia.
En este octubre que se anuncia como un umbral, la colaboración no informa; revela. Nos dice que los titanes no mueren, sino que se reinventan en duetos improbables, que el rock argentino, con sus grietas de exilio y euforia, puede tender la mano al pop inglés y forjar un himno universal. Escuchad, en el silencio previo al lanzamiento: el taxi acelera, las cuerdas se tensan, y la ciudad, esa eterna insomne, comienza a cantar.